James Blake, los inconfundibles colores de un alma moderna
Una ciudad: Londres, centro neurálgico de la música popular contemporánea. Una historia, épica y efímera al mismo tiempo. De vez en cuando de cierto colegio, cierto club, ciertas calles y sus bifurcaciones multiculturales y eclécticas, brotan como diminutas explosiones de génesis efervescente los protagonistas de la presente, épica y efímera historia de la que escribo hoy.
Es así -como el origen de la vida-, que estos nuevos héroes de la mitología moderna se recrean cíclicamente en constante evolución. Miles de millones de ideas y experiencias se desdoblan en la mente de una horda de artistas y creativos que, entre la pereza, la cotidianeidad y el soporífero principio de siglo, siguen buscando, como el perseguidor de Cortázar, esa intangible y anhelada chispa trascendental que le da sentido a nuestro origen. La ciudad, la calle, la urbanidad cosmopolita, el arte como estilo de vida, la experimentación en la música contemporánea y de vanguardia, el alma puesta en aquello que seduce, que apasiona y llama a una experiencia fuera de lo ordinario. Londres como una entidad viva.
James Blake es nativo de Enfield, municipio al norte de Londres. Es muy necesario hacer mención de este detalle. De hecho, es muy necesario, porque James se ha colado en nuestros regustos y placeres auditivos desde hace ya más de 9 años, cuando se catapultaba toda la escena dubstep, y el hip hop de avanzada junto con el neo-expresionismo digital y ecléctico de Inglaterra se alzaba cual torre de babel en calidad y cantidad de producción y experimentos inagotables en el panorama musical global. El pop comiéndose a sí mismo como el uróboros -de nueva cuenta la mitología imponiéndose en el presente-, no simplemente nos alecciona sobre las nuevas formas de crear y generar, de visionar y soñar con un mañana más idílico, sino que atesora el genuino y transparente espíritu del artista moderno: la alianza suprema del compromiso total de uno con uno mismo.
Un chico solitario, más interesado en las minucias de la composición, Blake siempre prefirió a D’Angelo que a los Libertines. Siempre más educado por Stevie Wonder que por Springsteen. Siempre con un piano, nunca por una guitarra. Más hecho de soul y r&b que de rock. Y obviamente más curioso por esos sonidos urbanos hermosos venidos de Dizzie Rascal, The Streets, la Motown, Wu Tang Clan, el experimentalismo de MF Doom; el joven Blake encontró la verdadera rebeldía hacia un sistema en la academia y en la industria incongruente y anacrónica. Lo hizo sin pensar en ello, claro, él lo único que deseaba por principio de cuentas, era componer con total libertad de recursos e ideas.
No sólo quería involucrarse con ello en tanto como a producir un sonido personal que dibujara musicalmente de forma precisa y puntual, también estaba experimentando aquí y allá con software, sintetizadores, programaciones, su piano y, sobre todo, con su voz. Llegados a este punto, me parece de lo más puntual hacer notar que el “matar a tus padres” aplicó en el quehacer de Blake con algo más que intenciones declaradas. Él como músico, se iba moldeando en una sustancia álmica y desolada que abría un corazón libre hacia las peculiaridades del jazz, el soul y una desgarradura en el tiempo de manera elegante, extrasensorial y con una seriedad abrumadora.
Vendrían entonces los primeros intentos de auto producirse y hacer de todo: los EP’s “The Bells Sketch”, “CYMYK”, “Enough Thunder” y “Klavierwerke”, le cimentaron una reputación bárbara en todo Reino Unido, para que ya con el álbum homónimo de 2011, James Blake (2011 Polydor), quedará asentado que este chico de flequillo raro había diseñado uno de los sonidos y estilos vanguardistas más completos de su generación. Sólo hay que ver la cantidad de imitadores que han salido al paso aprovechando la estela de este cometa en el cielo. Con una voz atrapada en un sentimiento de melancolía y expiación en un instante de tiempo intangible, Blake es merecedor de contarse entre los intérpretes masculinos más dotados en la actualidad. Recuerdo la primera vez que escuche “Limit To Your Love”, cover a Feist que lo catapultó hacia el reconocimiento mundial.
Yo estaba fascinado con Antony Hagerty y su peculiar interpretación. Algo que me hacía precipitarme a Nina Simone sin ir más lejos, y evocar toda esa tristeza del interprete virtuoso pero muy atormentado. Entonces, cuanto escuché a Blake, supe que en definitiva estaba ante un alma negra atrapada en cuerpo de blanco. Eso sigo pensando hoy día, pues soy un apasionado del soul y el góspel. Además de que es más fácil emparejarlo con artistas del género clásico jóvenes y súper talentosos como Nils Frahm, Òlafur Arnalds, Max Richter, aunque su faceta en el mercado más popular sea junto a artistas como Autre Ne Veut, How To Dress Well y en EEUU ponerle al lado de Kanye West, Nicolas Jaar o Alt-J.
Ganador del Mercury Prize en 2013 por su álbum Overgrown, Blake se embarcó en una extensa gira mundial que varió intencionalmente de festivales a salas pequeñas y más íntimas. El resultado para el público en general no hizo más que embelesarnos con la experiencia de verle interpretar en directo con tal calidad y entrega en sus shows que, por decirlo de cierta manera se ha ido impregnando en la piel misma del melómano, del que reconoce a un artista irrepetible en órbita con su tiempo.
¿Cómo se describe el misterioso embrujo en la música de Blake?
Texturas vocales maximalistas y llenas de silencios maravillosos, ritmos rotos y bajos bamboleantes que sacuden la tierra mojada y acuciante de interpretación doliente, suplicante y al mismo tiempo terriblemente hermosas. Escuchemos Lindisfarne, CYMYK y viajemos en boga hacia un terreno sofisticado de amor cosmopolita y en medio de una encrucijada de nostalgia y miedo. Miedo de no encontrar al amor… De Overgrown, Digital Lion con la participación sutil y discreta de Brian Eno, es una provocación y una ruta clara de lo que es este álbum en particular. “To The Last” con su crescendo en clave jazzy, es también un obligado en cada show, al igual que Retrograde y Voyeur. El amor en pareja ha sido un tema recurrente en la línea lírica de Blake, sobre todo, en Overgrown. Un crooner silente y amoroso que por las noches, entre una copa de vino y una charla en un café deambula por terrenos sólidos de medianoche y lunas enormes, de esas que alumbran tanto como el sol durante día.
Kanye West nada más y nada menos
La apuesta entonces, para la tercera placa de Blake, era alta por parte de público y prensa, pero sobre todo, de los críticos más avezados y los colegas que se le habían entregado totalmente, al llamarlo su artista favorito. Kanye West nada más y nada menos, había afirmado que el joven inglés colaboraría sin lugar a dudas en su siguiente proyecto. Y bueno, no ha sido así, para bien o para mal. Eso sí, colaboró de manera frugal en “Lemonade” de Beyonce en un tema: Forward. Tema, por cierto, muy flojo, la verdad sea dicha. Llegó así el título del nuevo disco anunciado con bombo y platillo en 2015: Radio Silence, que al final es el nombre únicamente del tema que abre “The Colour In Anything”, resultando ser, el verdadero título del álbum. Una obertura, por cierto, majestuosa y que dirige de forma bastante coherente lo que es el desarrollo de un álbum de 17 cortes.
La gran expectativa también, era la de ver qué tal se movía ahora Blake trabajando con el visionario y ecléctico Rick Rubin y los siete temas que co-produjo a su lado. ¿La inspiración? California, los estudios Shangri La de Rubin, nuevas amistades y, sin moverse nunca muy lejos de su centro, un nuevo amor. Justin Vernon repite colaboración con “I Need A Forest Fire” –simbiosis perfecta con grito de emoción incluído como bucle- y apoya, por supuesto, también en producción. Frank Ocean co-escribe un par de temas del que destaca “My Willing Heart”, una de las piezas que más disfruta un servidor a mitad de la escucha completa del largo. “Two Men Down”, es también una franca y poderosa redención al tributo de las ánimas de dos divas del soul ya finadas, Winehouse y Franklin.
The Colour In Anything
Rumbo a ser candidato fortísimo para disco del año, “The Colour In Anything” marca el ascenso con pies de plomo de un subversivo héroe mítico, hecho de nocturnidad, dilaciones y junturas sonoras, lluvia de ciudad, urbanidad de ritmos rotos y síntesis enmarcada de funk oscuro y elegancia modesta, pero hecha de una filigrana almica brillante y prístina.
Una tarde crepuscular en la que escuchamos f.o.r.e.v.e.r con una frazada, te de menta y frutos secos viendo a los paseantes en un viernes cerca del centro. Mientras tanto, una pareja se ríe de manera infantil y después se besa apasionadamente en medio de todo… nunca digas “para siempre”, vivimos demasiado para ser amados.